miércoles, 20 de marzo de 2013

Aviso: Esta entrada es mucho más aburrida que todas las anteriores, y, a mi juicio, según su estilo y contenido, de las peorcitas.

He pensado en hacer aquí una diégesis personal de los demonios que, por las últimas semanas, rechinan sin mostrarse desde el fondo de la nuca.
Sepan, disculparme.
No tengo más viajes para distraer el fatalismo, para alimentar el espíritu de la diversidad que centraliza el relato de los prodigios y el necesario exotismo (alter-exotismo, exotismo americanista, o rioplatense, que tiene un tinte más difuso en cuanto a juegos y nostalgias identitarias) que, diría, desde lo formal, timonean un relato de viajes. 


Solo Roma es digna de Paris, y solo Paris es digna de Roma. Paréntesis.

Nunca he estado en Roma.
La última vez, y haciendo honor a mi instinto previsor, llegué a la estación, a las 6 de la tarde, sin tener un lugar para pasar el fin de semana. Era un fin de semana que empezó el Jueves, en Normandía hubo una tormenta de nieve sin precedentes a esta altura del año.
En suma quedé aislado en un edificio enorme, vacío, con Sarah, sin trenes ni ningún otro transporte para salir del pueblo. Algo muy parecido a "El resplandor", pero mucho más aburrido.
La nieve esta buena los primeros dos días, del lado de adentro.
Cómo no había transporte, no había alumnos pero sí profesores, nos juntamos todos en la sala, tomamos café y criticamos el mal funcionamiento del sistema que te hace ir auqnue no hubiera nadie. Esa pequeña cuota de sindicalismo estuvo bien, y para ahondar en costumbres de esa índole, me dieron la mitad de la semana libre, por lo que me calcé las botas, y, dejando huellas hasta las pantorrillas, me fui a la estación.
Y aca volvemos, llegué a Paris, y Sarah, que me iba a conseguir alojamiento, canceló en último momento.
Me fui a un Hostel en Jaurés, un hostel que cuando entrabas había un bar, y que tenía un cartel de neón en el que se leía "tel". Y tenía pinta de telo.
 Había minas que iban y venían, había un pelado patovica que hacía de maestro de ceremonias y que a las 2 de la mañana me echó del bar, y me dijo "o te vas a acostar o salís". Había unas Yankees que cuando vieron cómo iba la cosa, se terminaron yendo 2 horas después de hacer el check in, y después de una inquicisión del pelado, se fueron con el sonido de rueditas de las valijas a perderse en la noche.
Salía 18 euros. Habia otro pelado que se estaba bañando en mi cuarto, y que no sé bien de donde salió, ni cómo consiguió las llaves, se secó, estuvo un rato enfrente mío, y se fue.
También estaba la rambla del sena, una de las partes más bonitas que he visto hasta ahora, o quizás por contraste.
Al otro día me levanté y me habían afanado los guantes, le pregunté al tipo de la recepción, tenía los ojos caídos y siempre un pucho entre las comisuras. Le pregunté por los guantes que había dejado en la barra. Me dijo: no te preocupes que no hace frío, aca no hay nada  (le podríamos agregar un "pibe", o "nene", si eso se dijera por aca).


Paris 8

La creó Focault, entre otros. Cuando llegué al departamento de filosofía estaban todos fumando. En la entrada había kebabs. Le pregunté al tipo cómo era el tema del master, si había que hacer pruebas o no, cómo era la situacion de las equivalencias. "Y bueno, no sé, capaz que sí, capaz que no". Y fumaba. "está todo en internet, no sé, por mi venite a hacer el master". "Y no sé, ahí tenes los encargados del master si los queres mirar un rato". Desde un punto de vista optimista, la displicencia, si se mantiene en cuanto a los criterios de ingreso, es un buen augurio.


No

Estoy mintiendo, lucho contra el relato sin ganas de prosa.
Lo que queiro decir, y traiciono el espíritu de la mesura que siempre criba el contrato personal que he hecho, las últimas entradas del otro, el libro de viaje "real":

"A diferencia de lo que se crée normalmente, cuando hay escaleras, el camino de bajada, que no esta coronado por un púnto único de llegada y, a causa de la horizontalidad cómo dimension posible, es mucho más largo que el de subida"

"Existe en todos, una pequeña dictadura personal, aquella del cuerpo, que inexorablemente se pudre"

"De todas las peregrinaciones, aquella, la que más palpita, es hacia un baño, y es el máximo de los santuarios, así estuviere en el punto más alto de una colina"

"No podría despegar a las personas de las cosas. No puedo desatar el cúmulo. En cada punto veo, y oigo, sobre todo oigo, al mundo, al coro. Y todas las paradas soy yo, y el movimiento es un error de razonamiento"


En fin, hicimos un contrato firmado con Sarah de que vamos a hablar en francés y nunca más inglés, para mejorarnos entre los dos. Duró una tarde.


viernes, 1 de marzo de 2013

De vuelta, con todos los dedos.
Resumo el anécdota: un pie chocó con mi mano que a su vez trataba de tapar el pie para que no chocara con otras partes del cuerpo más valiosas o frágiles. En la puja ganó el pie y descubrí que la mano es bastante valiosa y bastante frágil.
Ahora a otros temas,


On the road

A pesar del título ese libro no me gusta.

En las vacaciones de este invierno, que hace cómo las golondrinas pero a la inversa, me fui a Budapest. Hace tiempo que tenía ganas de hacer un bolche-ex-cortina de hierro tour, y elegí Hungría porque los vuelos estaban baratos.
Lo primero para decir es que el húngaro es más incomprensible de lo normal. Normalmente uno se topa con lenguas incomprensibles, pero haciéndo una escala de incomprensibilidad el húngaro queda en un puesto muy alto. Tengo una amiga rusa y le entiendo más. No es solo que no se distingan las palabras, menos las frases, no se distinguen los sonidos. Sería algo cómo intentar escribir lo que hablan los lobos. De todas maneras la gente habla Inglés, habla bien Inglés y algunos hablan español, italiano, francés. Es lógico estudiar muchos idiomas cuando el único lugar donde se habla el tuyo, digamos, se llama "Húngaro", es tu país.
La moneda es el florín y supongo, gracias a una política de emisión constante uno mete 100 euros y saca cómo 30000000 florines. Y ese número aparece en el cajero, y es normal, y hay que pensar todo en miles y cientos. Y de pronto te descubrís pasando de euros a pesos uruguayos y a florines.
Y de pronto te descubrís  mandando todo a la mierda y comprandote una cena o un whisky sin pensar mucho.
Y de pronto descubrís que la VISA te bloqueo la tarjeta por que fue clonada o porque gastaste mucha guita y ya no tenés para pagarte cenas ni whiskies, pero eso es otra historia.

Si las ciudades tienen colores (y el "si" en este caso es una especie de cortesía con el pensamiento) Budapest es amarilla, verde y gris. Tres colores son bastante para el estandar europeo que he podido constituír hasta el momento. Se mezclan cúpulas ortodoxas con sinagogas con diseños semi-góticos e Iglesias de ladrillo claro. En el centro está todo bien, después, si te gastás un poco los piés llegas a veredas más rotas y los contenedores de basura. Me hizo acordar a Montevideo. Toda europa Oriental y su gente me hace acordar a Montevideo. O es Montevideo que me tira y hace que me acuerde.
En París conocí un Bieloruso, aparentemente es de los países más peligrosos de Europa, hay un dictador, hablámos de "política" lo que en Francia es una excepción.
En fin, no voy a enumerar todos los casos pero la gente de Europa Oriental no está para los auriculares y los flash-mob, siente su posición subalterna y a causa o consecuencia de ello cuestiona un poco más lo que la rodea. Son europeos que no son, viven en ciudades europeas que no son. O son. Y emigran a la otra Europa, cómo ya sabemos, cómo nosotros.

La comida

La cómida húngara está barbara. No voy a repetir que es barata. Cada vez que hable de algo que se consume es barato.
 Ejemplo: el Hostel salía 7 euros y estaba mejor que en mi casa, hasta que llegó un convoy de alemanes de 20 y pico. Se compraron infinitas cervezas y entre alaridos dos se pusieron a buscar putas en Internet en el Lounge. Cada vez que hable de algo que se consume es barato.

La gente que te atiende es exageradamente amable, esta lleno de tarjeteros para que entres a los restoranes y los mozos se humillan, un poco, a veces. Nunca me llevé bien con la idea de que un tipo te atienda y menos que se te ponga a hablar para que le compres algo. No por el tipo, labura de eso, no me gusta rechazar charlas, y me da cierto pudor descubrirme, o más bien que me asignen, un rol de cliente.
Uno de ellos era violinista y hablaba 7 idiomas, era un poco pomposo, sobre todo cuando hablaba francés, bordeaba los 50, y quería bajo todo concepto, ya en confianza, hacerse valer a pesar de la situación. Lo irónico es que ese mismo gesto era lo que lo satirizaba.

El alcohol típico es el Palenka, una especie de Vodka pero más rico.

Algunos personajes

La mina del Hostel: 

Hola boludo! me dice
La mina había vivido en Córdoba y la tenía clara, fue la primera vez que escuché un extrangero hablando español rioplatense

El tano y el francés:

Hola boludo! me dicen
Habían aprendido castellano en Buenos Aires, y se les pegaron un poco las maneras, a la experiencia surrealista de las frases se le sumaban los gestos y su peregrinación "buscando una mina". Aparentemente en Buenos Aires cómo europeos eran Maradona, y me contaban cada tanto, casi cómo justificando lo bien que les iba allá.

Los alemanes:

Habían hecho dedo por el mundo, aparentemente en Italia esta prohibido y casi van presos, laburaban limpiando picinas. Uno de ellos no tomaba pero fumaba porro, era fan de Herman Hesse y tenía una idea un poco autoayudesca de la vida (y me parece tan coherente con Hesse). El otro tomaba birra todo el día, se reía, era enorme y me contó que Bavaria no es Alemania y que la gente ahí es Bizarra. Hitler hizo su partido en Bavaria, no se si viene al caso, pero me acordé de eso.


El anécdota

En Budapest hay unos bares que la húngaro-argentina me definió como "bares de ruinas".
Estan llenos de porquerías y rejuntes, se genera un collage de trastos viejos. Sillas de dentista, caballitos mecedoras, monitores, botones, cuadros pop, posters Kitsch. En uno había un buggy gigante donde jugamos a hacer una máquina del tiempo con unos franceses y unas alemanas. A mi me tocó ser un soldado en Berlín oriental antes de la caída del muro. En fin, divertido.
Y ahí me gasté la guita.
Toda la guita.
Dos días antes de irme me fui a sacar del cajero (uno de los bares tenía un cajero adentro) y no había más. Desfilé por distintos cajeros a ver si era ese cajero, si era un trasto viejo como el resto de las cosas y no era una cuestión de mi tarjeta. Pero no, no había caso.
Me quedaban 1000 florines, después me quería ir a Corvinteto, un boliche que me habían recomendado.
Gasté los últimos computos en llamar a la VISA para ver cual era la situación y una boricua muy forzadamente amable me dijo que bueno, que me comunicaba con mi banco que seguro debía estar abierto para situaciones de emergencia cómo esta. El banco no estaba abierto, es Uruguay.
También llamé a mis viejos que bueno, no saben mucho del tema, y tampoco se preocuparon mucho, en fin, me conocen.
Tomé la sabia desición de ir a gastarme esos mil florines en Corvinteto y después de una entretenida charla con la piba del bar quedamos en copas de vino blanco a 200 florines cada una. Por lo tanto me daba para 5. Así pasé la noche, encontrandome con gente aleatoria, incluido un ruso que con su botella de vodka ofrecida me salvó los ultimo 400 florines y me regaló una resaca preciosa al otro día.

El otro día

No tenía un mango, por suerte sí, un grano dolor de cabeza. Mi amiga Yael me mandó 40 euros y así me garpé una cena, me tomé un vino que tenía abierto y me fui a esperar el metro. El metro no abría. Me crucé con una francesa que estaba en la misma, se iba a Perú, había dejado a su novio en Hungría, lloraba. No estoy tan mal, se me ocurrió. O sí, pero eso no viene a cuento, o no a este. A veces pienso que la vida, desde una perspectiva bastante pesimista se trata de conocer gente que uno termina extrañando. Y no me acostumbro a esto de encontrar gente que desaparece. De criar fantasmas.
"En esto estamos juntos", me dijo la francesa, y estuvimos juntos, esperamos que el avión arrancara 2 horas tardes por la nieve juntos, nos compramos un café juntos y después se las tomó cuando yo no tenía plata para el metro en Paris y ella sí. De ahi me fui a lo de Yael que me alimentó y me encontré con Maggie que me dio puchos y me hizo entrar gratis a una exposición de Dalí. Y después vino una amiga uruguaya que me dio 30 euros.

Y después de estar del otro lado, después de pasear con los uruguayos por Paris, esta vez cómo guía, esta vez sabiéndo los metros, esta vez viviendo de arriba llegué a mi casa, y me encontré con que me habían cortado el internet.
Pero todo va bien quand meme.
Y aca estoy, robando internet
En fin.
Cordialmente
Martín