martes, 5 de noviembre de 2019

El olor

La noche se termina temprano
Hace poco nos dijo la propietaria, ya una categoria de las tipologías del ser en dependencia (es decir, del no ser radical siendo y a durad penas), que debemos abandonar el bello apartamento en donde desde parado en el baño, uno tiene una vista despejada de la capilla del hospital a la que ya he hecho referencia aqúi con las manos ya secas. Los vecinos nunca han ayudado, con sus denuncias por vivir y unos rusos, que hace poco se mudaron y religiosamente a las 8 se despiertan y enseñan a sus nietos a hablar francés. Decimos que son rusos porque no entendemos y tiene ruido a lengua eslava, que tampoco sabemos qué es exactamente. Yo he pensado que podrían ser polacos, pero siempre cierran la puerta de entrada y nuestros cruces son un contraste entre una probable mutua curiosidad y un miedo, también mutuo, de los otros vecinos. Los niños gritan como niños, no como los niños franceses que no gritan y desde chicos aprenden a decir que "j'ai le droit de" y que después terminan aplastados por el mismo droit, asediados por un smic o un parcoursoup, bajo la lumbre del olor a auto quemado y  el ruido aguado de un tiro en el ojo.
Entonces parece así que nos vamos cerca de la Villette, donde esta quizás la verdadera bohemia, pregunta que me hacen: "Y dónde esta la bohemia?". Donde los alquileres no han subido tanto, que no es en Paris en términos absolutos. Mientras tanto pululan las camperas y las medias gruesas, los clarores de un invierno que devuelve la originalidad al hemisferio.

El horror
La humildad es una forma de la soberbia que hace imposible la humildad (tan cara a esa forma específica de la arrogancia que es la mediocridad dicha uruguaya), como la verguenza, que es siempre verguenza de sí, verguenza de ella. La verguenza es como la piel, dice Anders, es una categoria , una estructura, es el lugar en donde huir es acercarse, en donde el bikini representa la forma mas extrema del pudor.
Mis poemas, no tanto por un narcisimo invertido, son malos porque es así, con su derecho, porque ejercer la sensibilidad en su pliegue, es para mí un simulacro más que una facultad.
Eso, que podría ser un desdoblamiento, una parodia de lo sensible, un género a fin de cuentas; es después de una primera impresion cándida, el verdugo perezoso que me acompaña a la vera de la cama, durante una siesta larga. Y aca estan, porque dejé de escribirlos y porque también, ya me cuesta tanto, que para otro pataleo ansioso, escribir, sobra el mundo. Y si sobra tampoco no falta siendo el peor pecado creer que había una espera o un sitio para ella. Aca van entonces los recortes de un puchero:

I

Cuando ni las moscas, ni aún flacas.
Un día de su hambre fácil
sobre mi cuerpo arrugado y mustio.
rechacen desparramar sus fauces.

Cuando esta obra,
tanto menos que una sobra de la botella y la olla,
sea la sombra de un hueso roído.

Alguien recordará, espero, brutalmente,
en la hora más dócil de la merienda
Que fui aquel que hacia el crepúsculo
Decidía, si chorizo o mortadela.

II
Este cuerpo acalorado y doloriento
Este ovillo nervioso, erizo de trapos
Precedió cada tarde como una tijera
Mi vejez temprana y mi cara de caballo

La tarde, el vientre de un gato rumiando reclama
Mi cuello y mi bazo, los picores chillan
El arpa de la cuña de la tarde me hara
Y ese canto soy yo, rogandome, ¡para!

Cabalga, la sombra de palabra y el resto
pide la cuenta y golpea la mesa, el esternón
se revuelve y zafa, ¡ladrón!

Las manos, en un ademán
Apuestan la noche, enteramente
Gruesa e hinchada.

III

La sombra del sol cuando es de noche
El concepto de abono animal
El sudor de una sola axila en la fila

La velocidad de los ruidos en la ventana mal cerrada
El pelo en la almohada
La parte de atrás de los cuadros célebres
La cola del chorizo, entre la tripa y el corte

La hojilla rosada del atado
El plástico mojado del tacho de basura,
después de unas vacaciones cortas
La primera flema de la gripe

IV

Adonde fueran los ocres madrigales
De la voz temprana que allende reverbera
La sombra ocasa de la juventud hartera
Que hecha requiem merodea mis cantares

V
Sobre amarillo el muro no repican las paredes
al sol ni a los pájaros que huyen, tras un pino inquieto
Ciego de voz y de hartazgo
Quisiera decir descalzo 

Es poca, la lámpara, mi vaso
transpira sobre una primavera tarde
La boca tiembla, como un bautismo en una ciénaga
Se caen los dientes, la lengua cunde y se asfixia

Las cosas, no empiezan ni terminan
Las partes de las cosas, el cuerpo
Atragántame en un tubo, palabra
En un ovillo oscuro
Húndeme mudo

miércoles, 24 de abril de 2019

3 borradores

Cursiladas.

Hablar sobre la imposibilidad de escribir es cursi. Es tan cursi como las enumeraciones, enamorarse, criticar la época propia (tanto igual como la noción de época en si) o abandonar los estudios: fundamentalmente, todas esas cosas que uno hace, cada vez, por primera vez, como si fuera la ultima. La conciencia de este fenomeno y de su infame repetición (la coexistencia de la emoción tan viva que acarrea cada una de estas experiencias, simultanea a la conciencia de la farsa), produce un malestar que es también, propiamente cursi. Asi, la imposibilidad de la repetición original, propia de los juegos de los ninios, impide y hace a escribir; juego triste e insaciable.

Mi ultimo poema data de Junio de 2018 y hablaba, de algo asi como las pasarelas y los ojos. Ahora me doy cuenta, tristemente, que Passarelle es uno de los concursos mas célebres de estos precursores de Parcoursup (que no es un concurso pero es un Ranking de estudiantes de secundaria que ha impuesto el gobierno francés para terminar con el libre acceso a la universidad) y de que por esa época fui al oftalmologo, que me dijo de no volver en 10 anios. Luego tuve una intensa discusión sobre el algodón con una farmacéutica desconocida. Esto paso en Fontenay sous bois, el cruce entre Montreuil, Vincennes y otro Fontenay, en donde cuidé un gato y una casa, pero creo que ya he hablado de esto.
Este poema era fundamentalmente cursi, no solo por la llevada candida de los versos, o por las imágenes de collage (lineas interminables de laganias, el tobogan de un esofago estrecho, la mirada sobre la pintura de un puente medieval), sino justamente por el forcejeo, por el afán, de encapsular algo imposible.
Para decir la verdad, el poema no contenia, a mi pesar, ninguna de estas cosas, pero ya no sé de qué iba. Es enfadoso, por decir menos, darse cuenta de la autofagia y la aceleración, como llegar a un cumpleanios tarde y ajeno y tratar de decifrar de qué son los restos.
         
El diente zombie

Envejecer es, la flamante forma que ha tomado la derrota. A algunos metros de casa, el Centro dental de Pelleport tiene dos secretarias, mis vecinas, que no me entienden cuando les hablo en francés. Ya me conocen porque una vez senialé que no me habían devuelto la tarjeta sanitaria, y al final si. Yo no vivo la revelación de este carácter paranoico como una derrota en si, creo que eso ha forjado una amistad sencilla, cada vez que les entrego la tarjeta y cada vez que me la devuelven, desde aquel momento.
Hace unos dia la odontologa, que es portuguesa pero lo oculta o no me entiende (intentar hablar portugués con aparatos metidos en la boca es una forma menor del vaudeville), me dijo que tenia un diente muerto. El problema de un diente muerto es que no duele, pero esta, pudriendo la cara en silencio, haciendo muecas, anunciando una pasión operatoria. No he sentido, o no habia sentido en general, ni la cara ni los dientes. Me he dado a pensar que ese diente es como el inconsciente, y caigo desde ese momento en la mala fe (o, de alguna manera, la mala fée). Paradojicamente, mi diente muerto me ha liberado, y otra vez pesar mio, como su ultimo sabotaje, según he aprendido ayer, no estaba muerto. Mi diente resucitado, o su espectro, me ha dejado entonces esta certeza, y se ha vuelto algo asi como un simbolo de la fatalidad minuciosa y obligada del examen y del espejo del banio.

Los piqueteros

En un comentario, de la pagina 4 de la pagina de telerama, alguien compara "Je veux du soleil", la pelicula de Ruffin sobre los Gilets Jaunes, con el cine militante de Agnes Varda. Siempre oportunista y a sabiendas, estoy viendo en estas semanas sus películas. Hace unos pocos dias vi Le glaneur et la glaneuse, y pensé en esto, no en el comentario que fue posterior en el orden de la mirada (mi parafilia con los comentarios en sitios de internet es intensa y vergonzosa), sino en la historia del cine militante. Detesto las frases del estilo "y yo pensé en..." que tanto abunda en los eruditos, pero incluso, en el propio artificio del cine, Varda esquiva airosamente (o hace creer, que es lo mismo) la tesis. Con el mejor espíritu rancieriano hace suceder y obliga a ver, en la misma vida de la secuencia, al arte flamenco, sus manos viejas, y al recuperador, sin jerarquía impuesta, en la mejor version del cine politico.
Y aunque se puede entender (o mas bien emprender la tarea ante la urgencia) la diferencia o indiferencia ya tradicional y también cursi, al menos, en su revelación adolescente, entre praxis y teoria, la satisfacción, en la plenitud ansiosa del espectador, no puede sobreponer la conciencia social, a la belleza y la admiración. Ruffin anuncia esta misma maxima, proclamando que el movimiento es también una lucha por la belleza perdida en las rotondas, perdida en los hipercentros comerciales, en la circulación como forma de vida. Y sin embargo aun, la belleza es algo por venir o debería serlo en cada cine que realiza la tarea imposible de realizarla, y entonces, aun, la película cae en esa división de lo sensible y en la trampa de la urgencia y de la crisis que tanto mal hace, y que digo es, a riesgos de sonar como un esteta (quizás hoy, uno de los peores pecados), mear fuera del tarro.