miércoles, 24 de abril de 2019

3 borradores

Cursiladas.

Hablar sobre la imposibilidad de escribir es cursi. Es tan cursi como las enumeraciones, enamorarse, criticar la época propia (tanto igual como la noción de época en si) o abandonar los estudios: fundamentalmente, todas esas cosas que uno hace, cada vez, por primera vez, como si fuera la ultima. La conciencia de este fenomeno y de su infame repetición (la coexistencia de la emoción tan viva que acarrea cada una de estas experiencias, simultanea a la conciencia de la farsa), produce un malestar que es también, propiamente cursi. Asi, la imposibilidad de la repetición original, propia de los juegos de los ninios, impide y hace a escribir; juego triste e insaciable.

Mi ultimo poema data de Junio de 2018 y hablaba, de algo asi como las pasarelas y los ojos. Ahora me doy cuenta, tristemente, que Passarelle es uno de los concursos mas célebres de estos precursores de Parcoursup (que no es un concurso pero es un Ranking de estudiantes de secundaria que ha impuesto el gobierno francés para terminar con el libre acceso a la universidad) y de que por esa época fui al oftalmologo, que me dijo de no volver en 10 anios. Luego tuve una intensa discusión sobre el algodón con una farmacéutica desconocida. Esto paso en Fontenay sous bois, el cruce entre Montreuil, Vincennes y otro Fontenay, en donde cuidé un gato y una casa, pero creo que ya he hablado de esto.
Este poema era fundamentalmente cursi, no solo por la llevada candida de los versos, o por las imágenes de collage (lineas interminables de laganias, el tobogan de un esofago estrecho, la mirada sobre la pintura de un puente medieval), sino justamente por el forcejeo, por el afán, de encapsular algo imposible.
Para decir la verdad, el poema no contenia, a mi pesar, ninguna de estas cosas, pero ya no sé de qué iba. Es enfadoso, por decir menos, darse cuenta de la autofagia y la aceleración, como llegar a un cumpleanios tarde y ajeno y tratar de decifrar de qué son los restos.
         
El diente zombie

Envejecer es, la flamante forma que ha tomado la derrota. A algunos metros de casa, el Centro dental de Pelleport tiene dos secretarias, mis vecinas, que no me entienden cuando les hablo en francés. Ya me conocen porque una vez senialé que no me habían devuelto la tarjeta sanitaria, y al final si. Yo no vivo la revelación de este carácter paranoico como una derrota en si, creo que eso ha forjado una amistad sencilla, cada vez que les entrego la tarjeta y cada vez que me la devuelven, desde aquel momento.
Hace unos dia la odontologa, que es portuguesa pero lo oculta o no me entiende (intentar hablar portugués con aparatos metidos en la boca es una forma menor del vaudeville), me dijo que tenia un diente muerto. El problema de un diente muerto es que no duele, pero esta, pudriendo la cara en silencio, haciendo muecas, anunciando una pasión operatoria. No he sentido, o no habia sentido en general, ni la cara ni los dientes. Me he dado a pensar que ese diente es como el inconsciente, y caigo desde ese momento en la mala fe (o, de alguna manera, la mala fée). Paradojicamente, mi diente muerto me ha liberado, y otra vez pesar mio, como su ultimo sabotaje, según he aprendido ayer, no estaba muerto. Mi diente resucitado, o su espectro, me ha dejado entonces esta certeza, y se ha vuelto algo asi como un simbolo de la fatalidad minuciosa y obligada del examen y del espejo del banio.

Los piqueteros

En un comentario, de la pagina 4 de la pagina de telerama, alguien compara "Je veux du soleil", la pelicula de Ruffin sobre los Gilets Jaunes, con el cine militante de Agnes Varda. Siempre oportunista y a sabiendas, estoy viendo en estas semanas sus películas. Hace unos pocos dias vi Le glaneur et la glaneuse, y pensé en esto, no en el comentario que fue posterior en el orden de la mirada (mi parafilia con los comentarios en sitios de internet es intensa y vergonzosa), sino en la historia del cine militante. Detesto las frases del estilo "y yo pensé en..." que tanto abunda en los eruditos, pero incluso, en el propio artificio del cine, Varda esquiva airosamente (o hace creer, que es lo mismo) la tesis. Con el mejor espíritu rancieriano hace suceder y obliga a ver, en la misma vida de la secuencia, al arte flamenco, sus manos viejas, y al recuperador, sin jerarquía impuesta, en la mejor version del cine politico.
Y aunque se puede entender (o mas bien emprender la tarea ante la urgencia) la diferencia o indiferencia ya tradicional y también cursi, al menos, en su revelación adolescente, entre praxis y teoria, la satisfacción, en la plenitud ansiosa del espectador, no puede sobreponer la conciencia social, a la belleza y la admiración. Ruffin anuncia esta misma maxima, proclamando que el movimiento es también una lucha por la belleza perdida en las rotondas, perdida en los hipercentros comerciales, en la circulación como forma de vida. Y sin embargo aun, la belleza es algo por venir o debería serlo en cada cine que realiza la tarea imposible de realizarla, y entonces, aun, la película cae en esa división de lo sensible y en la trampa de la urgencia y de la crisis que tanto mal hace, y que digo es, a riesgos de sonar como un esteta (quizás hoy, uno de los peores pecados), mear fuera del tarro.