domingo, 6 de marzo de 2016

Adios muchachos

Adios muchachos, como muchos sabran, es un tango que no se canta. No se toca pero más no se canta. Dicen que el mago se mató después de interpretarlo, pero yo estuve hablando un poco y la historia que le contaron me parece, por sencilla, más importante. Lo mejor es que las dos pueden ser verdad.  Parece que las orquestas en el 40, cuando las fletaban, me dijo el guitarrista de Fun Fun mientras fumaba Chala de choclo; cantaban adios muchachos como un gesto de desafío e ironía, y entonces todo el público aplaudía a los recién desempleados. 

La historia de Adios muchachos es la del libro de Job y la de todo el tango: es la historia de lo que no es fatal, la de la decidia y decisión, es la historia de la queja y del sarcasmo feliz de aquellos que mascan, entre tabaco y siesta, su signo de camello. 

La ida

Había unos tipos de traje con la inscripción de la Auf sobre el bolsillo del corazón, buscando por todos lados donde meter unos paquetes largos e incómodos envueltos en papel marrón. Al lado, un grupo de adolescentes volvían de un viaje de revelaciones, el animador usaba lentes negros y repartía snacks, cada tanto se me asomaba alguno a la oreja para recordarle a mi compañero de asiento una anécdota sore Amsterdam. Mi compañero había perdido el pasaporte, "la graaan Maaarcos le decían", pero nunca vi cual era Marcos, quizás él también se había perdido en el camino. A todos los chicos que desfilaban sobre mi sien izquierda el viaje les había "cambiado la vida", lo dejaron bien claro, varias veces. A mi me dolía el estómago y me puse a leer el Anti-Edipo, como no tenían comida sin gluten la azafata se excusó con 4 paquetes de frutos secos y una botellita de vino bebé. Me dijo que fue a preguntar en la primera clase si tenían algo pero no, para el desayuno me dieron un par de yogures y el chico de al lado, el de "la graaan Maaarcos", me ofreció el suyo. Durante la madrugada algunos se pelearon con las azafatas porque demoraban al traerles agua. Otros, uruguayos, se reconocieron deambulando entre los asientos y las discuciones, se dieron cuenta de que eran vecinos en algún lugar de la Costa de Oro y pasaron el tiempo viendo quién la había pasado mejor y peor en Europa.

Montevideo

Dolina dice que el hombre sensible quiere tener todas las vidas. Me acuerdo de los taxis a los que había que decidir a dónde volver y por dónde, me acuerdo de ese invento, en ese libro cándido que todavía no me convence: el teatro mágico que en una de sus formas consistía en observarse a través de la cerradura siendo otro y el mismo, para luego no poder abrir la puerta y tener que volver. Nico me dijo una vez: "para mí es como si estuvieras recluido en la casa de tu vieja y todos los días nos dijeras que hoy no vas a salir". 

El cielo es más grande en Montevideo, hay un análisis de Blanes que decía eso. Yo nunca vi muchos cuadros de Blanes y no me parece que el análisis esté bien, pero creo que le emboca cuando habla sobre el cielo. 
Me acuerdo, ahrora, que la primera vez que estuve en Normandía le dije a una de mis colegas que las nubes se movían mas bajo y ella me dio una explicación meteorológica que no me acuerdo.

Estuve en la rambla y en el velódromo, me comí un chivito, le di plata a un cuidacoches y le dije a otro que no tenía (pero tenía) y me sentí un careta, comí carne como para un mes según presupuestos franceses, tome fernet nacional, fui a Fun Fun y dije que no era lo mismo, fumé tabaco sin filtro y se me desarmó, putée a Tabaré y a los semáforos de Gianatasio. Al final son esas cosas: los pozos de Garibaldi y el tachero que se queja, el sol herido de la rambla sur por el paseo de los pescadores. Yo sé que decir que "el país son los amigos" es una banalidad, tanto  como estas cosas que enumero, y qué es entonces, haberse ido? 

Las fachadas de Magallanes me hacían acordar a la Habana, en donde nunca estuve, pero que luego de mostrar tantos videos para aprender español e inyectar un poco de exotismo por no perder el hilo de la atención, son más fáciles de evocar que cualquier esquina. Esa es mi gran pena y mi gran descubirmiento extranjero, mi gran traición. No fui a ver tambores, y no busque un trabajo ni me fui, en las últimas horas de los grados 0 que a las 11, en la trasnoche de secundaria, designan en 5 diferentes liceos el circuito de omnibus de la semana. Fui de vacaciones a Montevideo, y ese es el asco y el orgullo.   

A las 7 de la tarde se baño el sol harto. A las 6, mis amigos no querían terminar la guardia, con un abrazo que siempre empieza y siempre termina antes. Así de complicado. Yo le pedía a todo el mundo que no se vaya, y entonces me dijeron: "el que te vas sos vos".

La vuelta

Me senté al lado de un tipo que había trabajado 6 años en España, vivía en Barrio Sur, llevaba un gorro Adidas y una remera del Chelsea. Las pantallas de Iberia pasaron Snoopy y una película en donde Adam Sandler, viejo, trataba de levantarse a Drew Barrymore en español castizo.

Le conté a mi compañero que vivia en Francia, cada tanto me despertaba para decirme "trres bien man ami" o "Cómo se dice me gustan tus ojos?". Me dijo que las minas ya no son fieles "hasta que les arrimás el chiquilín", que él nunca salió con ninguna francesa y que vivíamos épocas ingratas para el levante. Después se fue a caminar entre las turbulencias, a hablar con las señoras que tenían pastillas programadas según una equela al fondo del avión, entre las azafatas: "señora Norma,  4 am, señor Carlos, 3 am, segunda dósis".
Al atterizar yo perdí a mi compañero. Antes de irse me dijo que se iba a probar con lo inmobiliario, a vender casas en la Costa Brava a gringos que se expatrían para hacer rendir más la jubilación y procurar galleguitas (sic).

En Paris nevaba, el piloto anunció que la temperatura era.... "ya veis, está fresco". Varios puteamos, los policías nos hicieron un control sorpresa entre las puertas de vidrio, yo dormí en cada  tren como para complementar las contracturas que el transporte anterior no me había hecho.

En unas horas amanece, Quiroga decía, y me dejo de joder con las ciras, que ciudad linda es dónde uno fue féliz, mientras desparramaba en París poemas que valen poco. Yo ni siquiera con valor, ese que es la otra cara de la ingenuidad, intento lo mismo que Quiroga, ciudad linda es dónde los amigos nunca duermen, y dónde uno nunca quiere dormir, que es cómo estar muerto.